Reduce Central de Abasto su intensa actividad para detener propagación de Covid-19

México, 11 junio.- La Central de Abastos (CEDA), el mercado mayorista de Ciudad de México que presume ser uno de los más grandes del mundo, ha puesto un alto a su frenética actividad de 24 horas por día para impedir el avance del nuevo coronavirus.

Desde esta semana la administración del lugar, de 327 hectáreas y dependiente del gobierno capitalino, cierra sus puertas por primera vez en casi 40 años para efectuar, durante seis horas diarias, labores de limpieza y desinfección.

En sus corredores, donde hoy circula la mitad de la clientela que normalmente fluctúa entre 350 y 450 mil personas diarias, pocos se atreven a caminar sin mascarillas.

«Hay que andar con la precaución más que nada, si no, ¡imagínese!», dice Óscar Ruiz, de 28 años, empleado de una avícola quien usa tapaboca negro y tiene una botella de alcohol en gel a la mano.

Aunque las ventas bajaron casi 80% y su sueldo se redujo a la mitad, Ruiz no puede detenerse. «Vamos al día: (si) no trabajamos, no comemos», resume.

En tanto, trabajadores sanitarios enfundados en monos blancos, impermeables, ofrecen gel desinfectante y apuntan con termómetros de pistola a todo el que se deje para cerciorarse de que ningún afiebrado vaya por ahí esparciendo inadvertidamente el virus.

Además, los compradores apuran el paso porque a las cuatro de la tarde «la central» cerrará sus puertas hasta las diez de la noche para desinfectar pasillos, zonas de carga y bodegas, entre otras áreas.

La medida busca dejar espacios salubres para el grueso de la clientela que acude durante la madrugada, horario preferido de minoristas y distribuidores de la zona central de México, la más poblada del país de 127 millones de habitantes.

– Zona de alto riesgo –

La Central de Abastos está en la alcaldía Iztapalapa, en el sureste de Ciudad de México, que con 6.048 casos lidera los contagios de la capital. Hasta el miércoles, el país sumaba 129.184 infectados y 15.357 decesos por COVID-19.

El fideicomiso que administra la central, FICEDA, adoptó a finales de abril un sistema de diagnóstico, detección y hospitalización para que sus trabajadores y los vecinos del mercado acudan si sospechan tener el virus.

Varios consultorios distribuidos en el vasto terreno determinan si los pacientes presentan un perfil vulnerable o síntomas de la enfermedad, invitándolos a realizarse una prueba.

«La estrategia (…) es detectar tempranamente cualquier posibilidad de contagio para parar la cadena de transmisión», dice Héctor García, administrador general del FICEDA.

Aquellos que son testeados reciben el resultado mediante un servicio telefónico habilitado por el mercado. Si resultan positivos, deben aislarse durante 14 días y cuentan con asesoría en caso que requieran hospitalización.

«Ahorita el protocolo es hacerle prueba a todos, ¡a todos! Vengan con síntomas, vengan sin síntomas», señala la doctora Idalí Sánchez, de 26 años, quien atiende uno de los consultorios.

A la fecha se han realizado unas 2.500 pruebas con 450 resultados positivos, detalló García. La cifra representa solo 2,8% de las 90.000 personas que trabajan en la central, aunque el ejecutivo asegura que tienen capacidad de realizar hasta 200 test diarios.

Seis trabajadores del FICEDA, que agrupa a unos mil empleados administrativos de la central, han fallecido por COVID-19, indicó García.

– «Se tardaron» –

Esta semana se instaló además un área de triaje desde la cual algunos pacientes son derivados de inmediato a un hospital provisional, donde pueden permanecer aislados y en observación.

Sin embargo, medidas como el saneamiento diario a puerta cerrada, o exigir con mayor rigor el uso de tapabocas a 13.800 carretilleros que trabajan en la central, dictadas el lunes por el gobierno de Ciudad de México, han llegado tarde a juicio de algunos comerciantes.

«Se tardaron en tomar medidas, ya las tomaron cuando estaba muy avanzado esto», dice Violeta Zárate, vendedora de plátanos y frituras de 43 años.

Zárate considera además que aspectos como la vigilancia del uso de mascarillas se han relajado.

«Los policías ya nada más están tomando su cafecito o [viendo] el celular y ya ni pelan (no se fijan) si traen cubrebocas», reclama la comerciante.

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